
Por La Noche
Niño mar
23 de agosto de 2016
La noche era gélida, la luz de la luna llena opacaba cada estrella que salpicaba el denso cielo oscuro. Las aguas del mar cubrían mis piernas, que a través de mi blanca túnica se sentía como heladas agujas atravesando mi piel. Vapor saliendo de mi rostro al respirar, respiraba lento, hondo, profundo, como si el tiempo fuese inexistente. Mientras miraba fijo sin ver nada, mi mente en blanco, mi cuerpo respondía solo.
Mis manos tomaban su pequeña cabeza, con el escaso cabello que tiene un niño de su edad, cabellos finos y suaves. Sus pequeños brazos regordetes chapoteaban en el gélido mar. Sus piernas blancas flotaban heladas golpeando mi cadera, como si su insignificante roce me hiciera reaccionar de algún modo. Mis brazos tensos no le dejaban respiro alguno, tenso sin ninguna razón ya que no se requería fuerza para semejante tarea, simplemente tensos.
Lo cierto es que no podía dejar de verlo, mis ojos clavados en su pequeña espalda no más larga que mí antebrazo. Estaba expectante, impaciente, por ver su último estallido de fuerza, por ver como el burbujeo de su lucha cesaba, por ver como sus esfuerzos de supervivencia se agotaban.
Por un momento aquella escena parecía enterna, pero después todo se detuvo. Ese pequeño y regordete cuerpo lleno de vitalidad ya no jugaba más con las aguas, mis brazos seguían tensos pero ya sin peso. Y la criatura que por un instante parecía hundirse en el abismo, ahora flotaba y danzaba con las siluetas del mar, ahora viajaba libre hacia al horizonte para alcanzar las estrellas en la inmensidad.
Y yo allí parada, el mar cubría mis piernas, que a través de mi blanca túnica se sentía como heladas agujas atravesando mi piel, vapor saliendo de mi rostro al respirar, respiraba lento, hondo, profundo, como si el tiempo fuese inexistente, mientras miraba fijo sin ver nada, mi mente en blanco, solo se escuchaba el cantar de las aguas profundas y mis ojos hipnotizados por su piel pálida.